Sapo de otro pozo (fragmento editorial gam Nº 2)
La identidad, la verdadera, aquella que nos explica como sociedad, muchas veces no se quiere reconocer, no se la asume como lo que somos, la vemos como un sapo.
Es mejor valorizar aquellas cosas de las que pretendemos enorgullecernos, como una catedral, una casa de gobierno sobre todo si es de “estilo”, y quedarnos con su imagen nostálgica y romántica, en una especie de escenografía que no tiene en cuenta la gente ni al sistema institucional que significó dentro de la sociedad, es un monumento muerto.
No hay patrimonio sin la gente. El patrimonio es el espacio que la gente genera, aquello que conforma un sistema cultural, que nos habla de un sistema social, productivo, incluso constructivo de relación con el territorio y con los demás.
La identidad es una memoria colectiva, casi intangible, simbolizada en algunos aspectos que incluyen sitios, territorios, de los que debemos entender su contenido, los modos y los usos de esa cultura que nos conforma.
Acercarnos para convertirla en el monumento vivo, no solo en el símbolo de lo que representa es el desafío que representa, es un proceso de construcción de la memoria que debemos conocer más de cerca.
En nuestra provincia, cuya industria que le dio origen a su conquista y poblamiento fue la producción del algodón, no figura ninguna desmontadora en los fichajes de patrimonio.
Una fábrica una industria parece estar muy lejos de tener un valor histórico patrimonial, cuando es el símbolo de un sistema productivo, poblacional y cultural que transformó todo el territorio que hoy conforma el Chaco.
La aproximación a esa memoria la debemos hacer en el afecto, así ese sapo que miramos mal se convertirá en príncipe como en el conocido cuento, y no nos sentiremos sapo de otro pozo.
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