Roma se construye sobre Roma. (Reflexiones sobre la conservación del patrimonio urbano).

Nos encontramos estos días embebidos en el debate relativo a la protección de los edificios. Como todos los debates, no es fácil establecer una línea nítida entre lo que es adecuado y necesario en cada caso concreto, menos aún lo es en la generalidad.

Hablar de patrimonio histórico implica hablar de historia. Y en la historia no siempre existió este afán conservador de "ande o no ande, el caballo más abuelete". De hecho, la norma ha sido generalmente la inversa: no importaba lo que hubiera antes,  era más importante destacar en modernidad. Ejemplos no faltan y no vamos a entretenernos en ello, que para eso existen los tratados y libros de arte y crítica arquitectónica.

Esta tendencia se rompe en el romanticismo con la idealización del pasado, así lo atestiguan todos los neo-algo. Fue necesario el movimiento moderno para encauzar las cosas, al menos desde la perspectiva profesional. Porque en gran medida, la sociedad sigue embebida en el espíritu romántico-históricista y, en algunos casos, infantil en que lo importante es que las cosas no cambien y se mantengan conforme a los recuerdos de la infancia -o de los libros y películas- que en su día nos emocionaron. Quienes paseamos por la ciudad de Florencia sabemos que hace tiempo dejó de ser una ciudad para convertirse en una gran tramoya digna de "Una habitación con vistas". Una tramoya, no lo olvidemos, en la que gran parte del patrimonio es una réplica en plástico mientras que los originales se almacenan en diversos museos muy lejos de su ubicación original. Nos olvidamos que Brunelleschi fue el "hi-tech" de su época que en Santa Maia dei Fiori supo resolver mediante tecnología y formas novedosas una necesidad estructural que llevaba bloqueando a los fiorentinos durante décadas. ¿No es acaso lo que muchas veces pide la gente: el marco para una foto?

Las necesidades de la sociedad contemporánea abarca campos ignotos en otras épocas: accesibilidad, sostenibilidad o comunicación podrían ser paradigmas de las mismas; pero incluso la seguridad y la economía han adquirido dimensiones insospechadas. ¿Están nuestras ciudades preparadas para dar respuesta a estas demandas?

No es casualidad que en cuanto se ha reducido la protección de un edificio como es el edificio España, sito en la plaza homónima de la ciudad de Madrid, ya se rumoree que es objetó de interés por parte de inversores (la imagen proviene de la portada de el diario El Mundo del 18 de marzo). Nos guste o no, los grados de protección del patrimonio limitan el uso del mismo, y esto por desgracia puede significar en los casos más extremos el abandono o, lo que es aún peor, sabotajes que impliquen su ruina. Gracias a que se convirtió en catedral, aún podemos disfrutar hoy en día de las arquerías de la antigua mezquita de Córdoba.

Habrá que señalarlo de nuevo: el desafío al que nos enfrentamos -la adecuada conservación del patrimonio urbano- es complejo, así que podemos suponer que no habrá una solución sencilla ni directa.

Frente a la idealización del pasado que conlleva una taxidermización de la ciudad solo podemos recurrir a la cultura y educación de la ciudadanía. Deberían ser los ciudadanos quienes supieran discernir cuándo es necesario sacrificar los modos de vida cotidiano en aras de mantener un registro histórico de interés; pero no podemos engañarnos, no existe esa ciudadanía con criterio. Es nuestra responsabilidad, la de los profesionales formados, la de alzar la voz para ayudar a conformar una ciudad que sepa conjugar el respeto al pasado con las necesidades de nuestros conciudadanos hoy. Y alzarla también para solicitar a la administración leyes adecuadas que eviten derribos innecesarios -como pueda ser la permuta de bienes protegidos por terrenos de desarrollo- o que faciliten la adecuada ponderación del patrimonio y registro del mismo por expertos. Sería deseable igualmente que las sustituciones realizadas sobre el patrimonio existente tengan un mínimo de calidad si no mejor, igual al que sustituyen, pero nos tememos que eso sea ya pedir demasiado.

Ningún edificio es bueno/malo per sé, sino porque responde de forma adecuada a la sociedad a la que pertenece.

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Respuestas a esta Discusión

Completamente de acuerdo. Ejemplos encontramos en países como Holanda y Reino Unido, donde algunas iglesias, tras dejar de utilizarse (debido en gran parte al auge del ateísmo) se reciclan con otro uso, como la que Merkx+Girod se encargaron de convertir en biblioteca: 
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